Puede parecer una tontería, el ciclo natural de las personas, una nimiedad comparado con los años de aprendizaje que le esperan al niño. Eso lo puede parecer hasta que vas a la primera reunión de padres que organiza el colegio en verano. Lo llaman reunión para que quede bien porque, en realidad, se trata de una charla amenazante donde se dan una serie de exigencias de obligado cumplimiento por parte de los futuros alumnos. A saber: deben ser capaces de estar, al menos, media hora sentados y quietos, de estar callados, de hacerse comprender con un vocabulario adecuado, de ser autónomos para comer y beber, de ir al baño solitos, etc. Yo, a mitad de reunión, le dije a mi mujer "levántate que nos hemos equivocado de aula, ésta debe ser para los que empiezan la ESO". Si no llega a ser porque nos tenían sentados en pupitres de colores de unos 50 centímetros de altura creo que ella hubiera pensado lo mismo. Luego vuelves a casa y te encuentras a la fiera con el pañal puesto, gritando de forma incomprensible y con los mocos ya a la altura de la barbilla y te planteas seriamente pedir una prórroga como las de la antigua mili y que el niño empiece el colegio, no sé, como a los 10 años.
Al final no es todo tan dramático para ellos ya que prácticamente ninguno cumple las normas que nos dieron en su momento y ellos siguen con su feliz existencia de juegos. Pero el colegio lo tiene todo planeado y, como alguien tiene que sufrir, se inventan lo de las tutorías. Una tutoría es algo así como volver a la prea-dolescencia cuando tu madre te leía la cartilla con cara solemne. Que si el niño se hace pis, que si le quita las galletas a los otros, que si no para quieto, que si no obedece, que si chilla...leyendo entre líneas te vas dando cuenta que lo que quiere decir la maestra es "¡A ver si educamos mejor a este salvaje!"